"No se necesita valor para hacer algo cuando no hay alternativa."
Un hombre recorre un paisaje desolado, desesperanzador. Se dirige a algún lugar concreto, al igual que viene de otro, pero se aleja de este con la misma falta de entusiasmo con que avanza hacia su destino. Su nombre es Tom Joad (un joven Henry Fonda), un campesino que acaba de ser puesto en libertad tras cumplir en prisión cuatro de los siete años a los que fue condenado por homicidio. Vuelve a casa para reencontrarse con su familia después de tanto tiempo. De camino hacia allí, se topa con un viejo conocido, Casy (John Carradine), quien fuera el predicador del pueblo de Tom que ofició su bautismo, pero que ahora ha abandonado la clerecía; le confiesa que ha perdido la fe, y aunque de algunas de sus palabras se desprende que su vocación nunca fue demasiado férrea, no cabe duda de que ha ocurrido algo que le ha empujado a ese escepticismo. Decide acompañar a Tom a su hogar, pues al parecer no tiene otra cosa que hacer -tal es su desorientación-, y juntos recorren lo restante del viaje. Sin embargo, una vez llegan, Tom descubre que su familia no está allí, y en su lugar sorprende a otro inquilino, otro campesino, próximo a la locura, que, durante una noche apocalíptica, le revela qué es lo que ha ocurrido.